viernes, 1 de agosto de 2014

La República aburrida ( inédito)

La República aburrida.

Era un país largo y verde, como muchos, con un montón de ríos, como otros muchos y también con algunas ciudades y pueblos más pequeños, como casi todos los demás. Y la gente vivía, comía, se bañaba, estudiaba y trabajaba, en fin que era un país igualito a otros. Pero estaban aburridos, todos desde el presidente hasta el perro de la farmacia, todos aburridos, las niñas de la escuela y las enfermeras, los doctores y los gatos.
Nadie sabía muy bien qué pasaba pero la gente andaba con la cara así, de aburrida. Que no es una cara de enojo, o cara de alunado, no , no, es cara de aburrimiento o sea, casi como durmiéndose.
Un día alguien bostezó y el bostezo se contagió como una gripe pero más ligero. Bostezaron los choferes y también las cocineras, las señoras que se peinaban en la peluquería y los gatos, los caballos en el campo también, las mismas vacas que estaban dando su leche tibia bostezaron.
Y así comenzó. A partir de ese momento todos se levantaban y bostezaban, normal claro, pero después no paraban de bostezar en todo el día. Ni de noche, la gente se despertaba a bostezar de tan aburridos que estaban.
Al cabo de un año era tal el aburrimiento y la epidemia de bostezos que el señor presidente hizo un congreso de médicos para aclarar el tema. Lamentablemente no pudo terminarse porque se durmieron todos, incluso el presidente. Así que decidió llamar a un montón de científicos, psicólogos, expertos en sueño y otras cosas más difíciles de escribir y decir. Le pidió a la banda local que se pusieran a tocar bien fuerte un ritmo alegre para ver si podían no dormirse, pero nada, los de la banda empezaron bien pero al rato se fueron de tono y empezaron a tocar el arrorroró, duérmete niño, duérmete ya…Empezaron bostezando y terminaron suspendiendo el congreso.
El presidente dejó de insistir, al fin y al cabo él también tenía mucho sueño. Así pasó el primer año y andaban todos con esa cara de aburridos y arrastrando los pies por el suelo…No había animal ni persona que se salvara del aburrimiento. Los niños que nacían en vez de llorar bostezaban, nacían aburridos.
Sucedió entonces lo que tenía que suceder uno de esos niños decidió tomar café, comer azúcar, estudiar el tema del aburrimiento, hacer ejercicios, vencer el bostezo. Nadie le hizo mucho caso y cuando su mamá lo reprendió por tomar café y comer azúcar, no terminó el rezongo cuando comenzó el bostezo. Y nuestro pequeño niño siguió su tarea. Las comunicaciones estaban todas demoradas porque como la mitad dormía y la otra mitad bostezaba, nada funcionaba bien.
Nuestro niño pequeño, se llamaba Esteban Quito, decidió buscar en Internet sobre el tema de los bostezos y de tanto aburrimiento. Por suerte era un niño con mucha paciencia porque en la República Aburrida todo demoraba un montón. Pero Esteban tenía miedo de dormirse y no tomaba café negro porque su mamá no quería y además, le daba dolor de barriga.
Este es el momento en que la historia se complica, vamos a buscar a alguien que nos ayude, porque de verdad, siempre vamos a necesitar a alguien cuando estamos atascados en un problema. Pudo haber sido un mago, una bruja, un hada o un gnomo pero no, esta vez vino de otro lado la ayuda. En el salón principal de la sala de informática de la Escuela más grande de la República Aburrida, los niños habían dejado un robot llamado Mario.
Mario había sido un proyecto del profesor de ciencia antes de aburrirse. Lo habían abandonado y Mario registró sin que nadie le pidiera todo el proceso de aburrimiento de las personas, animales y hasta algunas otras cosas como plantas. Mario tenía muchísima información guardada que le podía servir a Esteban pero no sabía cómo hacer para llamarlo. Por suerte no fue necesario, Esteban vio al robot y con el deseo de jugar para no dormirse, lo encendió.
Poco a poco fue viendo todo lo que Mario había guardado. Había comenzado un día de lluvia, pero no era simplemente agua lo que cayó, no, era una sustancia que daba mucho sueño. Y de esa sustancia Mario hizo un informe completo para poder usar una especie de antídoto en la siguiente lluvia. Había poco tiempo, la primavera estaba cerca y la primera lluvia sería fuerte, necesitaban el antídoto.
No fue fácil lograrlo: Mario daba las instrucciones pero Esteban era un niño pequeño y nadie le hacía caso cuando pedía ayuda. La maestra se dormía antes sus explicaciones, la madre bostezaba y decía:
- Sí querido, qué niño tan lindo eres…- ahí ya estaba bostezando.
- No entiendo mucho lo que dices mi niño- le decía su papá- pero sí, voy a ayudarte.

Sin embargo cuando llegaban al laboratorio el padre roncaba en el primer rincón que encontraba en penumbras. Nadie ayudaba y Esteban temía no poder cargar los dispensadores de lluvia con el antídoto, tampoco pensó lograr el antídoto a pesar de los estrictos controles de Mario.
Por suerte existen los niños que entienden de fórmulas, por suerte en la sala de ciencias hubo un robot Mario que sin que nadie le pidiera guardaba tanta información. Entre bostezos y ronquidos lograron el antídoto y fueron cargando los dispensadores lanza antiaburrimientos un poco antes que llegara la primera gran lluvia de primavera.
La noche estaba llena de estrellas y la luna era un gajito de naranja blanca pintada sobre el cielo. Esa fue la noche elegida por el robot de la escuela y Esteban para lanzar sus misiles con agua especial para el aburrimiento. Todo el cielo quedo lleno del agua que luego comenzó a caer mansita. Mario y Esteban festejaban saltando. Luego esperaron, un rato, un rato más, un ratazo, un ratonazo y se aburrieron. No se querían dormir pero de tanta espera al robot se le agotó la batería y a Esteban se le cerraron los ojos.
Se despertaron al día siguiente: Mario cuando el profesor de ciencias le cargó la batería y le puso una fórmula química nueva para recordar. Esteban cuando la mamá lo llamó apurada que se tenía que ir a la Escuela.
Y claro, al principio no notaron nada, pero nada de nada. Todo comenzó igual pero a media mañana nadie bostezaba. A medio día almorzaron y nadie pidió la siesta. Incluso llegó la tarde y se reanudaron las tareas como un día cualquiera. Y es más: llegó el atardecer y nadie dormía, salvo claro, los pequeños.
Esa noche Esteban les contó a los padres todo lo que había hecho. Mario al día siguiente pasó un informe al profesor de ciencia de todo lo que habían trabajado. Por supuesto nadie creyó nada y hasta el día de hoy están viendo cómo pudo ser que un niño llamado Esteban Quito, soñó con una República Aburrida y le transmitió al robot de la escuela su mismo sueño.
Esteban y Mario siguen siendo grandes amigos y ya no se preocupan por nada que no tenga que ver con sus sueños compartidos.