miércoles, 12 de agosto de 2009

Versión Disney de los grandes clásicos.


En un Congreso discutimos largamente la postura de la visión postmoderna de los grandes clásicos infantiles que hace Walt Disney y sus Estudios de Cine.
Por un lado estaban los que opinaban que era una manera de hacer que muchos niños concieran algunas obras que, de otra manera, hubieran desconocido por completo.
Estábamos los que opinábamos que: un clásico no puede llevarse a esa simplicidad cómplice que hace Disney en la mayor parte de su recorrido por los mismos.
Creo que rompimos la discusión porque era la hora del almuerzo y no llegamos nunca a ningun acuerdo valedero: la discusión era como aquello del huevo y la gallina.
Acepto que sí, Disney ha logrado que muchos clásicos sean conocido por muchos más niños, no ha sido sólo él, ha sido la masificación de los medios audiovisuales. Y también el mundo altamente comercializado que inmediatamente larga al mercado a los personajes de esos clásicos en juguetes de plástico o se canjean por tapitas de refresco, o made in China, se encuentran sus caras pintadas en las camisetas de poca calidad. Hay todo un mercado que gira. Pero no radica en este punto la discusión que sostuvimos: si este fuera el punto debimos clasificar las versiones Disney como mercantilización y punto.
El punto era y es el siguiente:
Los grandes clásicos infantiles fueron escritos en épocas feudales o aún un poco antes, fueron recolectadas de la orilatura popular y son patrimonio de todos nosotros. No eran cuentos escritos para niños, como dije antes, no al menos para el niño que concebimos hoy. Las versiones de los clásicos desde las fábulas hasta las versiones de Charles Perrault y los Hnos Grimms, son extensos relatos, con mucho más terror en su contenido que las versiones almibaradas y dulces de Disney.
Durante muchos años los educadores pensaron que estos cuentos eran malos para los niños: justamente tuvo que aparecer un Bruno Betheleim, psiquiátra y analista, para escribir su famoso: Psicoanálisis de los cuentos de hadas, para retrubuirles en parte el valor que tienen.
Eso sucedía por allá por los 60, y justamente después de esto, aparece el señor Disney con sus productos coloridos, llenos de ritmo y encanto y los vuelve a poner como encantadores relatos inocentes que nadie podría decir que fueran cuentos que tenían una gotita de aquellos, los verdaderos.
Y no sucedió sólo con los muy tradicionales: los estudios Disney han tomado incluso a Victor Hugo, nada más nada menos, y su maravilloso Jorobado de Notre Dame. Una obra que abre el panorama sobre lo que pudo suceder en las vísperas y un poco más, del notable acontecimiento que fue la revolución francesa, y lo convierte en un relato simplista de contenido neutro.
Sucede los mismo con Pocahontas, lleva al grado de minimizar todo contenido real, la ilusión ingenua prevalece.
Ya había ocurrido lo mismo con, por ejemplo, La Sirenita, de Andersen.
No voy a hacer un recorrido aquí de sus versiones de los clásicos. Creo que ha realizado una excelente aproximación a lo que la sociedad le pide y quiere de él. Después de todo: si hizo eso con su personaje, el pequeño ratón que lo llevo a tener una fortuna, que lo transformó de inmigrante pobre a pequeño burgués con aspiraciones de millonario, por qué no podía hacer eso con los clásicos fundamentales que no son de su autoría.
Creo que Disney, como tantos otros autores para niños, le dieron a su público lo que éste le pedía. No puso la ética de su pensamiento en ello, ni le importó el valor literario, ni siquiera le importó el valor histórico de los textos. No sólo le importó su mercantilización haciendo de cada uno de ellos un éxito asegurado sino que, además, le interesó su difusión masiva sin control de calidad alguna.
La gran pregunta sigue siendo: ¿ si hubiera tenido ética literaria hubiera tenido éxito comercial masivo?
Bueno, acaso existen dudas de que no. No.
Si hay algo que le deberemos a Disney es la posibilidad de entender que todo buen texto puede ser llevado a la pantalla, la cuestión del cómo, es otra cosa.
Muchos niños han conocido al Jorobado de Notre Dame porque vieron su gracioso film, ahora la pregunta es si vale la pena que lo hayan visto así, o si hubiera sido mejor que nunca siquiera hubieran imaginado que un texto así existía. Yo creo que es lo mismo: ni siquiera saben que existe un texto así porque es absolutamente distante uno del otro.
Por una prueba para confrontar lo que digo les propongo leer las versiones clásicas verdaderas a los niños. Hablo de Cenicienta, Caperucita, Blancanieves, La Sirenita...ect. Y vean sus reacciones.
Comparen, investiguen y diganse sinceramente si estos niños no quedan asombrados de lo que se les ha ocultado.
Es un buen trabajo para realizar

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