sábado, 8 de agosto de 2009

Las fábulas: de lo eterno a la modernidad.


El reino de las fábulas es milenario y ha recorrido no sólo el crecimiento de muchos niños sino, de civilizaciones. Como las hadas, sus primeras formaciones las debemos a Oriente.
Y como tantos otros escritos milenarios fueron traídos hacia Occidente de la mano del mercantilismo, no del arte de donar cultura, que eso aún no existe. Por negociar y canjear llegaron estos maravillosos animalitos parlantes que son, en el mundo del niño, personajes importantes a la hora de seleccionar un ingrediente fantástico que lo animen a escuchar.
Las fábulas no sólo hicieron hablar a los animales y los hicieron también pensantes, sino que, además de animar el mundo animal con actitudes humanas, incorporaron la moraleja final como reflexión de la validez de lo escrito.
Habría que pensar, en estas alturas del siglo que vivimos, ¿si las fábulas no hubieran tenido moraleja final: la religión y la moral de aquellos siglos donde fueron famosas, las hubieran dejado navegar en las mentes de los niños? Me atrevo a contestar que no.
Como hoy sucede con fenómenos similares, el best seller de Harry Potter, por ejemplo que fue censurado por magiquero y ahora perdonado, y si estamos en un Siglo denominado de la comunicación y el conocimiento. ¿ Se imaginan tres siglos atrás?
Jamás hubieran permitido que hábiles animaluchos parlanchines llenaran la cabeza de los más jóvenes con estupideces. Entonces, hábilmente, o por designación del destino de convertirse en reservorio de lo humano, las fábulas se inventaron la moraleja final y se salvaron de toda quema de la Santa Inquisición y de los moralistas de las épocas.
En el siglo XX presenciamos el advenimiento del mejor fabulista del siglo: el fabricante de ilusiones más grande de la época, creador del animalito más simpático para muchos de nosotros, Walt Disney.
Además de haber sido un hombre pobre, que se enriqueció con ese personaje llamado Mickey Mouse, amasó una fortuna, creó la fabulosa villa de las fantasías que amasa fortunas y dicen que se congeló.
Pero más allá de sus particularidades, Disney fue un gran fabulista. No sólo recreó casi todas las fábulas conocidas desde Esopo y Samaniego, sino que creó algunas propias o, les puso a las viejas y tradicionales su cuota de color, ritmo y risa.
También dejó su propias moralejas: sus personajes reverencian el dinero, por ejemplo, son hermosos y limpios. Propio de su época y de su sociedad el mago Disney debió dejar para los niños un poco de la medicina que la sociedad exige. El pobre ratón Mickey, un inmigrante pobretón y muy negro, que era el personaje cuando nació, se convirtió en un ratón muy bien vestido y bien hablado, que tiene una novia coqueta, bonita, como dios manda. Salvo el viejo tío del Pato Donalds, podrán ustedes decirme que no hay nadie muy rico pero, tampoco vemos animalitos pobres. Sus personajes no están perdidos, siempre son encontrados, siempre son bien acogidos en hogares donde siempre habrá comida y abrigo.
En síntesis, ser un fabulista de los tiempos actuales, no quiere decir que uno pueda escapar a lo que la sociedad espera que uno le muestre a los niños: porque han sido pocos los que se han escapado de la consigna de que, escribir para jóvenes debe ser enseñanza desde cualquier lugar que se lo mire.
Creo que el mago Disney, ha sido un gran fabulista de su época y que debemos respetarlo como tal. Su contribución al reino de la imaginación infantil son relativas ya que él se movió con imágenes.
Me queda pendiente un análisis: ¿ Qué hizo Disney, y sus estudios de cine, con los clásicos?