lunes, 6 de abril de 2009

Amor en la despensa ( un cuento de mi autoría para niños a partir de 9 años)




En la granja de la abuela de Natalia cosechan de todo: tomates, zanahorias, morrones, acelgas y también frutas. Los mejores son los duraznos y las manzanas, aunque las peras también suelen ser muy ricas.
A los abuelos les gusta preparar durante todo el verano dulces, conservas y frutas en almíbar. Para eso la mamá de Natalia, y la mamá de Francisco, que son hermanas, se van por unos días a la granja y ayudan a los abuelos. Los encargados de guardar los frascos ya prontos, preparados y tapados como corresponde son justamente los dos primos Natalia que tiene once y Francisco que tiene nueve.
Mientras los mayores pelan, hierven, preparan y esterilizan los frascos, para que no se eche a perder su contenido, los chicos se arman de una carretillas especiales que diseñó el abuelo Pancho y se aprestan a cumplir con el almacenamiento.
Cuando cada carretilla queda completa, allá se van a la despensa que está como en una especie de sótano, atrás del gran galpón donde la familia prepara sus conservas.
Lo más lindo de la tarea de los primos es que se corren adentro de la despensa, se apagan la luz, se esconden y juegan mientras ordenan los frascos.
- No se olviden chicos, dice la abuela Celeste cada vez que parten con las carretillas llenas, las conservas y alimentos salados por un lado, los dulce en el otro.
- ¿ Querés que pongamos cartelitos, abuela?- Pregunta Natalia que ya se siente muy bien en el manejo de la computadora como para armar carteles.
- No estaría mal, dice la abuela, hacelos grandecitos si no, yo no los veo.

Y allá fueron los chicos, corriendo a la computadora, peleando a ver quién escribía mejor los carteles: conserva de tomates, berenjenas en escabeche, morrones en aceite, tomates con ajos, tomates al natural, cebollines en vinagre, todo eso que era lo salado, lo hizo Natalia. Federico escribió: duraznos en almíbar, peras al natural, manzanas al natural y dulce de frutillas, o sea, lo dulce.
Así que comenzaron a ordenar los carteles primero y luego empezaron a acarrear los frascos. Se cansaron un poco y jugaron a las escondidas. Luego en la tarde, cuando empezaron la tarea otra vez, Francisco apagó la luz y anduvo asustando a Naty por encima de las mesas y de los estantes.
El segundo día los levantaron temprano: ya había montones de frascos, y los dos estaban con un sueño y un calor que tenían más ganas de ir a jugar al laguito que acomodar frascos. Pero tuvieron que cumplir su tarea, eso sí, debido al calor y a las ganas de jugar, anduvieron a los saltos, se tropezaron y se corrieron más que nunca en la despensa. Por eso nació esta historia.
Para esconderle algo a Francisco, Naty dejó en un estante bien abajo del todo, invisible a simple vista y sin cartel ninguno, un frasco de duraznos en almíbar, que era lo que le tocaba arreglar a Francisco. Y el primo que la había seguido casi en puntas de pie, ligero como nunca, agarró un frasco de zanahorias en vinagre y la puso justo justo frente al de duraznos en almíbar, así cuando la abuela entrara a hacer el conteo, rezongaría con los dos porque faltarían dos frascos.
Y esa tarde terminaron temprano y de premio montaron a caballo y se fueron al lago, pescaron con el abuelo Pancho y de durmieron tarde, mientras la abuela les mostraba fotos en blanco y negro de sus padres.
Al otro día la abuela contó y quedó contenta: todo estaba en su lugar. Nadie notó la falta de los dos frascos. Ese día todos pasearon por los alrededores y se despidieron de los vecinos porque se iban para la ciudad, en pocos días empezaban las clases y las mamás sus trabajos. Se estaban terminando las vacaciones.
Aunque parezca mentira los primos también se olvidaron de aquellos frascos colocados allá, en un sucio estante vacío, sin carteles y casi a la vista de nadie.
La chacra quedó silenciosa, el encargado de cuidarla, cerró la despensa con llave, y desde adentro lo único que se veía era un poco de luz que entraba por unas rendijas de las ventanas y se oían los ladridos de los perros que cuidaban la chacra.
Las zanahorias se aburrían y los duraznos también. Estaban solos y olvidados. No tenían compañeros con quien charlar. Entonces, de aburridos nomás, se empezaron a mirar y ahí nomás se dieron cuenta los duraznos de la belleza de las elegantes zanahorias. Piernas largas y finas, todas parejitas y altas, que bellezas las zanahorias pensaban los duraznos
Y justo ahí las zanahorias comenzaron a mirar a los duraznos y se dieron cuenta de lo bonitos que eran, parejos y redonditos, esponjosos y con un colorcito hermoso.
Todos sabemos que las frutas y hortalizas no pueden hablar, menos éstas, guardadas en frascos herméticos, pero pueden mirar y pueden enamorarse que de eso, nosotros no entendemos.
Así que comenzó un romance, allá en el fondo del estante casi oscurito, casi invisible. Las zanahorias se movían dentro del vinagre claro de alcohol y mandaban mensajitos con sus suaves movimientos a los duraznos que, como podían, se hamacaban para decir que sí, que estaban enamorados de las divinas zanahorias de largas piernas.
Como todos los enamorados lograron comunicarse, así que para el otoño toda la despensa se enteró. Sacudían la cabeza las berenjenas, se reían los tomates y las peras y manzanas, no miraban, se escandalizaban. Por suerte las zanahorias y los duraznos no escuchaban nada, sólo la música de sus corazones encerrados en frascos y seguían mandando mensajes con sus cuerpos.
Así pasó el otoño, muchos frascos se fueron, nadie miró el estante vacío, sucio y sin luz. En el invierno la despensa quedó casi vacía de conservas, pero allá en aquel estante las zanahorias y los duraznos, a pesar del frío, se sentían tibios y protegidos mientras nadie los descubría.
En la primavera se fueron los últimos frascos de frutas y de dulces. Los dos quedaron solitos y olvidados, se sentían felices. Toda la despensa era una gran casa donde los dos, se enviaban su amor eterno de frasco a frasco. No intentaban escapar, porque les alcanzaba con saber que se amaban tanto como para pasarse la vida entera contemplándose llenos de suspiros y movimientos.
Pero la vida no es tan larga como ellos suponían. A principios de la primavera el encargado de la chacra comenzó su tarea de limpieza y encontró los dos frascos. Ese mismo día se los pidió a la señora Celeste para compartirlos con su familia, pero la abuela, revisó bien los frascos, sacudió la cabeza y dijo así:
- No sé de cuándo son estos frascos, fíjese bien, yo siempre coloco la fecha en que envasamos, y en estos no dice nada. Si son de más de un año podrían hacerles muy mal, no, prefiero que se lo coman las gallinas.
- Tiene razón doña Celeste, dijo el chacrero, qué raro que se olvidó de poner las fechas ...
- Sí, realmente pero es mejor no correr riesgos, dijo muy seria la abuela Celeste.
Y allá se fue el chacrero, sacudiendo la cabeza, que pena tirar aquellas conservas. Las gallinas, imagínense, corriendo y cacareando se comieron en menos de dos minutos el frasco entero de duraznos y un poco más despacio, por el vinagre, las zanahorias. Ni tiempo a despedirse tuvieron los pobres enamorados que estaban adentro.
Y las gallinas siguieron buscando gusanos y se olvidaron, pero, las gallinas comen mucho, y también hacen caca por todo el gallinero.
Allá, en el fondo mismo del inmenso gallinero de la abuela Celeste, nació hace poco un arbolito, que digo arbolito, si era una plantita. Pero poco a poco con las lluvias de primavera, se fue transformando rápido en un arbolito hermoso, ni muy verde, ni muy marrón, ni muy nada.
Ahora, que ya pasaron como dos años, la abuela Celeste y el abuelo Pancho, llevan a sus invitados a mirar el árbol raro que nadie sabe cómo se llama. Natalia y Francisco también se lo han mostrado a sus amigos.
Lo cierto es que el árbol tiene hojas color durazno y son aterciopeladas, pero da un fruto parecido a la zanahoria, aunque más pequeñas y solo las comen las gallinas porque son muy ácidas.
Pero el pequeño árbol se ve precioso y es toda una curiosidad para todos los que visitan la chacra. Claro, el amor cuando es verdadero, nace y nunca muere, renace de cualquier manera.